¿Hay que vivir el cambio climático como un duelo?
Reconectar con la vida y la esperanza activa
en tiempos de pérdida planetaria

“Solía pensar que los principales problemas ambientales eran la pérdida de biodiversidad, el colapso de los ecosistemas y el cambio climático. Creí que con treinta años de buena ciencia podríamos abordarlos. Pero estaba equivocado. Los principales problemas ambientales son el egoísmo, la codicia y la apatía. Y para afrontarlos, necesitamos una transformación espiritual y cultural. Como científicas y científicos, no sabemos cómo hacer eso.”

— James Gustave Speth, ambientalista y ex decano de la Escuela de Silvicultura de Yale

Cómo transformar el duelo climático en esperanza activa

En estos tiempos de crisis múltiple —climática, ecológica, social y también personal—, muchas personas sienten un dolor sordo y persistente, eso que llamamos a veces “ecoansiedad” o “duelo climático”. No es una respuesta exagerada, sino la consecuencia lógica de vivir en un mundo en el que las temperaturas aumentan, los ecosistemas se deterioran y buena parte de la información que leemos diariamente nos recuerda que el futuro parece incierto.

Algunas referencias, como la encuesta global publicada en The Lancet en 2021, han mostrado que el 75% de les jóvenes (16-25 años) consideran el futuro aterrador, y que un 45% siente su vida cotidiana afectada por la preocupación climática. Mientras tanto, asociaciones como la American Psychiatric Association revelan que más de la mitad de la población estadounidense dice estar inquieta por los efectos del cambio climático en su salud mental. Estos datos confirman que el dolor que sentimos por la Tierra no es un “problema individual”, sino una respuesta legítima a la brecha entre lo que sabemos (la crisis es real y urgente), lo que sentimos (dolor, frustración, incluso ira) y lo que se espera que hagamos (seguir con la vida “normal”).

Ahora bien, ¿cómo pasamos del miedo paralizante a una esperanza activa y transformadora?

Reconectar cuerpo, comunidad y Tierra

Un punto esencial es entender que el duelo por la Tierra no es sinónimo de rendición: reconocer lo que se ha perdido (especies, paisajes, certezas, etc.) y “vivirlo” puede ayudarnos a movilizar energías y compromisos profundos. Como muestra la investigadora y comunicadora Britt Wray en su libro Generation Dread, honrar las emociones que provoca la crisis ambiental, lejos de hundirnos, puede allanar el camino para la acción colectiva.

Al mismo tiempo, abordar de manera “interior” el cambio climático no significa volvernos introvertidos ni desentendernos de la sociedad. Más bien implica un reenfoque que subrayan muchas corrientes de la psicología y la educación transformadora: necesitamos reconectar con nosotres mismes, con la comunidad y con la Tierra:

  1. El cuerpo: practicar la autorregulación, el autocuidado y la conciencia de nuestras emociones (meditación, respiración consciente, contacto con la naturaleza, etc.). Estas prácticas pueden liberar la ansiedad acumulada y ayudarnos a no quedar atrapados en la parálisis o la desesperanza.
  2. La comunidad: recordar que no estamos solos ni solas. Los grupos vecinales, las redes de huertas urbanas, las asociaciones culturales y de voluntariado —o espacios más informales como “cafés de duelo climático”— ofrecen vínculos de apoyo y motivación. Compartir nuestras inquietudes con otros puede aliviar la carga emocional y generar lazos más fuertes para actuar.
  3. La Tierra: no contemplarla únicamente como un “recurso” sino como un ser vivo al que también necesitamos cuidar. Esto implica, en lo concreto, buscar estilos de vida y de trabajo más sostenibles (transporte activo, compra local, reducción de desechos, entre otros), pero también cultivar la dimensión ética o incluso espiritual que nos recuerde la interdependencia con todos los seres.

Del duelo a la acción: pequeños gestos, gran impacto

Muchas veces, pensamos que las soluciones al cambio climático están exclusivamente en manos de gobiernos y grandes empresas. Si bien son responsables de políticas y acciones a gran escala, nuestros gestos cotidianos y nuestras prácticas de comunidad también importan. Por ejemplo:

  • Proyectos de movilidad y cuidado social: Iniciativas como Cycling Without Age (presente en más de 50 países) muestran cómo algo tan sencillo como salir a pasear en triciclo a personas mayores o con movilidad reducida, conectándolas con la ciudad y la naturaleza, puede influir positivamente en la salud mental y la cohesión social. Su impacto en la sostenibilidad va más allá de la reducción de emisiones: refuerza la empatía intergeneracional y la sensación de que “importamos” los unos a los otros, y a la vez reduce el uso de vehículos contaminantes.
  • Educación para la transformación: Varios programas en universidades y escuelas, como Climate Wayfinding, ofrecen espacios donde estudiantes y docentes dialogan sobre preguntas vitales —“¿qué puedo hacer?, ¿cómo sostengo mi esperanza?”— que a veces la academia tradicional no aborda con la profundidad emocional necesaria. Iniciativas como la Guía para docentes sobre emociones climáticas subrayan la urgencia de incorporar el impacto emocional del cambio climático en la enseñanza.
  • Comunidades de cuidado colectivo: Desde ceremonias de duelo climático (como las lideradas por la científica y maestra zen Kritee Kanko en Colorado) hasta grupos de voluntariado ambiental y redes barriales para plantar árboles o compartir alimentos agroecológicos. Estas comunidades generan pertenencia y reducen la ansiedad individual, convirtiéndola en fuerza colectiva.

Sentir para liderar

La crisis climática requiere soluciones externas urgentes: cambios en las políticas energéticas, reducción de la dependencia de combustibles fósiles, regeneración de suelos, protección de la biodiversidad, etc. Pero, al mismo tiempo, exige una transformación interior que ponga en cuestión nuestros valores, hábitos y narrativas de consumo, como señala la investigación “IMAGINE sustainability” (Ives et al., 2023). Solo así podremos sostener a largo plazo la voluntad y la creatividad necesarias para revertir la inercia del colapso.

Aquí es donde la dimensión espiritual, o al menos la profundidad emocional, cobra relevancia: “sentir” el dolor por la Tierra no es debilidad, sino un llamado a cuidar. Como dice la frase atribuida a James Gustave Speth, los mayores problemas ambientales (egoísmo, codicia, apatía) no se solucionan con datos científicos ni soluciones tecnológicas, sino con una transformación espiritual y cultural.

Esperanza activa

No se trata, pues, de maquillar la realidad o negar nuestra ansiedad: reconocemos la magnitud de la crisis, lloramos lo que se pierde, y aun así nos alineamos para actuar con compromiso y ternura. Tener “esperanza activa” (o active hope, en palabras de la ambientalista Joanna Macy) significa seguir plantando semillas de cambio, por modestas que sean, y tejer redes de cuidado para sostenernos unas a otras.

Pequeñas acciones como acompañar en triciclo a una persona mayor, organizar un huerto barrial o proponer un diálogo sobre emociones climáticas en el aula, quizás no cambiarán el mundo de inmediato, pero sí pueden transformar nuestro modo de estar en él y fortalecer un espíritu colectivo capaz de impulsar transformaciones más grandes.

En definitiva, vivir el cambio climático como un duelo no implica resignarse, sino abrir un espacio para sentir y compartir la angustia y la tristeza por lo que se está perdiendo, para luego convertir ese dolor en acción. Lejos de ensimismarnos en logros o alardes personales, lo fundamental es reconocer que estas emociones —la “ecoansiedad” o el “duelo climático”— señalan una desconexión que necesita sanarse. Podemos reencontrarnos con el cuidado mutuo y con la Tierra misma, y desde ahí propiciar acciones regenerativas, colectivas y esperanzadoras.

Al final, si algo nos enseña el duelo es que no estamos solos: nos necesitamos para atravesarlo y, ojalá, para impulsar juntos esa transformación —social, cultural, política y espiritual— que tanto ansiamos.

Referencias breves:

  • Britt Wray: Libro “Generation Dread” y su trabajo en la Universidad de Stanford (programa CIRCLE).
  • The Lancet (2021): Estudio sobre ecoansiedad en jóvenes.
  • APA (Asociación Psiquiátrica Americana): informes sobre cambio climático y salud mental.
  • Kritee Kanko: ceremonias de duelo colectivo en Colorado.
  • Cycling Without Age: programa presente en más de 50 países para la movilidad y la inclusión de personas mayores.
  • Otto Scharmer y Presencing Institute: “Theory U”.
  • “IMAGINE sustainability”: investigación de Ives, Schäpke, Woiwode y Wamsler (2023) sobre la relevancia de la transformación “interior- exterior” en la sostenibilidad.

Giulia Sonetti / «Talentos con Acento»

Giulia Sonetti (Italia. 1976) tiene un lema: «¡Sé el cambio que quieres ver en el mundo!». Esta máxima vital la pone en práctica profesional y personalmente.

Es Doctora en Medio Ambiente y Territorio, Máster en Energías Renovables y Arquitectura, Máster en Arquitectura e Ingeniería de Edificación y Arquitecta colegiada.

Actualmente ejerce como investigadora transdisciplinar, becaria Beatriu de Pinos en el ISST (Instituto de Ciencia y Tecnología de la Sostenibilidad) de la Universidad Politécnica de Cataluña, Barcelona, España. Antiguo postdoc en el CENSE (Centro de Investigación Medioambiental y de Sostenibilidad, Lisboa); Alumna de la Postdoc Academy for Transformational Leadership (Berlín y múltiples ubicaciones); Profesora en el MSc in Urban Resilience, UIC, Barcelona); Profesora en el MSc in Urban Tech Transition, IED, Barcelona) y habilitada como profesor asociado en Italia y España.

Entre sus habilidades, destacan: experta en interacción e implementación, defensora de la subversividad, enmarcadora de problemas, científica ejecutiva interdisciplinar, gestor de transiciones hacia la sostenibilidad, diseñadora y facilitadora de aprendizaje transformativo.